Cuando todo lo que has planeado falla, estás siendo testigo de un plan mayor diseñado especialmente para ti. No temas lo que viene.
He conocido personas que viven en rendición y no han pasado por una experiencia dolorosa. Rendirse como resultado de un proceso dulce y armonioso no fue mi caso. Así que te hablaré desde mi experiencia con dolor, aunque puedo intuir que, sea cual sea el proceso, el resultado es similar.
La rendición es crucial y supondrá un antes y un después en tu proceso. La rendición es un proceso interno que llegará cuando ya no puedas controlar tus circunstancias. Cuando en tu lucha obcecada contra el Universo, agotes todos tus recursos y energía. Será un instante genuino, rotundo y tremendamente liberador. Que se produzca dependerá de lo fuerte que sean tus bloqueos, de la fortaleza mental que tengas, de tu capacidad para aguantar la presión y el estrés y, sobre todo, de la intensidad del dolor que experimentes. No sé muy bien el orden, quizás todo sea un conjunto de variables. Lo que sí sé, es que cuando llegue el momento de no poder más, ocurrirá.
La vida es increíblemente amorosa pero eso lo vas sintiendo después. Antes de tu rendición probablemente estés experimentando una situación estresante y muy dolorosa, causada en gran medida por tu percepción de la vida.
Debes saber que todo eso cambiará después, aunque en ese momento te estés sintiendo una víctima. Creerás que el Universo te está castigando, que vives una maldición y, claro, que Dios te ha abandonado. Es más, en esos momentos uno se siente tan lejos de Dios, que llegas a pensar que Él te ve sufrir y no te ayuda a propósito, igual como haría un sádico. Tal es tu separación de Dios que incluso puedes enfadarte con Él, maldecirlo u odiarlo. En realidad, toda esa frustración que experimentas se genera porque estás forzando una separación con la Vida, una ruptura que no es posible, y te duele separarte del Amor.
Para rendirte deberás, antes, salir del victimismo. No podrás rendirte con rabia ni temor, sino con amor, porque no se trata de resignación sino de aceptación plena. Y puede que, como yo, intuyas tu inminente cambio.
Una de las tardes que vivía tan amargamente, mi hermana, como tantas veces en aquella época, volvió a ayudarme económicamente y, en ese momento, supe que llegaría a fin de mes. Por entonces trabajaba en Uber y en el móvil apareció el mensaje de la transacción. Afortunadamente no llevaba un pasajero. Tuve que salir de la carretera ya que no pude detener mi llanto. Lloré tan desconsoladamente que no podía parar. Solo recuerdo la inmensa gratitud y ese dolor de mi amargura que ya me acompañaba a todas partes. Por entonces ya no le pedía ayuda a Dios con fe, pero tampoco podía aguantar el dolor, porque ya todo lo vivía como una tortura. Desesperado, grité en alto qué necesitaba aprender para que todo esto acabara.
¡Hey! Nunca había preguntado eso, siempre había suplicado ayuda una y otra vez. Esa tarde supe que en medio de mi situación límite, mi conciencia había encontrado una salida que no existía antes. A partir de ese momento, mi percepción de todo lo que estaba pasando incluyó una nueva posibilidad que me inquietaba. Y a pesar de que toda mi existencia me parecía un experimento sádico y seguía sintiéndome una víctima, intuí que quizás tenía que aprender algo.
Salir del victimismo te traerá hermosos beneficios, entre ellos hacerte responsable de tu vida. Y esto te hará crecer. Mi vida no fue una vida estándar, y durante muchos años me sentí como un barco naufragado a la deriva, sin rumbo fijo. Viví en diferentes países, diferentes ciudades, tuve más noviazgos de los que quise para la vida tradicional que buscaba para mí, sufrí maltrato en dos relaciones, me casé dos veces en otro país lejos de mi familia, tuve dos preciosas hijas y me quedé en bancarrota.
Llegó un momento que mi vida cambiaba tan rápido y todo era tan extremo y vertiginoso, que pensé que moriría pronto. Pensé que todo lo estaba viviendo concentrado porque Dios me estaba haciendo vivir toda mi vida en pocos años, puesto que no disponía de más tiempo.
Un día quisieron alejarme de mis hijas por la fuerza y mi vida llegó a ser un caos tan doloroso e incontrolable que no pude contenerlo más dentro de mí. Esa noche, frente al espejo, mientras miraba mi triste rostro, mi mente dejó de hablar, me miró a los ojos en silencio y, por primera vez, sentí que me apoyaba ante lo que iba a hacer. Y yo, solo con el amor por mis hijas en mi corazón y sin saber qué iba a pasar al día siguiente ni en los próximos meses, me rendí.
Me rendí a mi propia vida, a todo y a lo que viniera, sin desear una explicación y sin tratar de entender. Hubo un peso que cayó de mi cuerpo, me sentí más liviano y me acosté, porque no sabía si eso era que me iba a desmayar. Y mirando el techo, sin saber qué iba a pasar, me dediqué a sentir el amor por mis hijas como mi única Verdad ante lo que tuviera que venir. Ante las consecuencias de todo. Y me dormí en paz, porque por primera vez en mucho tiempo ya no tenía nada de qué preocuparme.
Y a partir de aquí todo se vuelve más bello. ¿Conoces la Parábola del Hijo Pródigo? Pues habla de esto y te ocurrirá igual.
Unos días después de mi rendición, en una meditación, pude sentir algo tan hermoso que supe que no era de este mundo. Es algo más grande que uno mismo. Es tu conexión con Dios. Y lo maravilloso es que esa sensación (esa experiencia, más bien) siempre la sentimos pero no logramos distinguirla del resto por nuestra falta de atención.
¿Cómo podía saberlo si nunca fui consciente de ella? ¿Cómo podía siquiera imaginarlo? Pero ahora la sentí y fui consciente de esta realidad: ¡Nunca he estado solo! ¡Nunca estás solo!
Entonces me di cuenta de que la vida no había hecho más que amarme y darme absolutamente todo lo que pedí. ¡Fui yo! Todas las decisiones, los antojos, las exigencias de felicidad que le pedí incansablemente a lo largo de los años, a lo largo de todos mis vacíos por llenar… todo lo que quise, lo hice. Yo tomé todas las decisiones, una tras otra, buscando mi bienestar. Mis relaciones, mis viajes, mi ritmo de vida… Hice absolutamente todo lo que quise, cuando quise y cómo quise.
Y la vida solo me dio. Me dio sin descanso y me amó incondicionalmente sin pedirme explicaciones. No solo aceptó mis decisiones sino que las vivió conmigo, junto a mí. ¿Te das cuenta? Así que ese día lloré y lloré y pedí perdón por haber estado tan ciego, por haber sido tan egoísta, tan desagradecido y por haber pensado que la Vida no me amaba, a pesar de haber estado siempre conmigo, dentro de mí.
Este cambio también te ocurrirá a ti. Y tu vida cambiará.